miércoles, 10 de octubre de 2012

Luces de ciudad.


- ¿Sabes cual es tu problema?
- Sorpréndeme.

Estaba sentada en la butaca que había heredado de mi abuela. Era antigua, con la piel gastada por el paso del tiempo, y los flecos descoloridos. Tenía los pies sobre el reposabrazos, y me abrazaba el cuerpo sobre esa camiseta de tono desvaido que utilizaba como pijama. Suspiré y encendí un cigarro.

- Tú siempre quieres más. No sabes donde está el límite. No lo haces conscientemente, pero, tras este tiempo, me he dado cuenta de que sientes adicción hacia todo lo que te rodea. No quieres desprenderte de nada. No eres capaz de dar un poquito de ti misma, tampoco. Eres todo o nada.

- Eso es lo que duele, aquí.

Señale el corazón, y cerré los ojos, suspirando.

- Ya lo sé. Lo veo en tus ojos, cuando te hacen daño no tienen esa luz tan tuya. Lo siento en tus abrazos, cuando buscas cobijo y no te das cuenta. Lo oigo en tus suspiros, como el de ahora. Hasta tus besos cambian, cuando necesitas ayuda.

- No sabía que me conocieras tan bien. – Dije, entreabriendo un ojo, y levantando la ceja.

Le ví sonreir. Se levantó, y fue hasta la estantería. Recorrió con un dedo los libros del segundo estante, y, sin que yo lo hubiera mencionado nunca, fue a dar hasta mi libro favorito, leyó la portada, y, mirándome de reojo, lo abrió y comenzó a leer en voz alta.

- “...Tras muchos ocasos y amaneceres, ella permaneció en aquella casa, maldita, habitada por sus recuerdos, y perdida en las sombras de un pasado negro. No sabía salir, su corazón no dejaba que se alejara de allí.
Desde que se quedó sola, su mundo se cerró de puertas hacia la luz. No hubo manera de que volviera a la realidad; Se convirtió en un susurro, en una mano que movía las cortinas, en el reflejo de los llantos a medianoche..
Y un día, nadie volvió a saber de ella. Unos dicen que desapareció con el amanecer, otros que consiguió fuerzas y se suicidó, y los últimos, los más románticos, estaban convencidos de que había partido a medianoche en busca de lo que había perdido..

Y él?
Se fue tras nuevos amaneceres, olvidando todo lo que dejaba en aquella casa llena de vida, que poco a poco, sucumbió a las nubes de invierno...”

Volvió a guardar el libro, y me miró. Yo había abierto los ojos, y, con el cigarro en la mano, miraba por la ventana. Suspiró.

- No me necesitas.
- Eso es mentira, sabes que sí.
- Sé que no es así. Pero no me preocupa, sé que eres como un satélite perdido, y estando conmigo así, por lo menos, te sientes segura. No me quieres, lo sé. Pero sabes que puedes confiar en mí. Y, que si te sientes sola, no tendrás más que llamarme y estaré a tu lado en cuanto pueda. Y sí, también sé que en cuanto le encuentres, yo pasaré a un segundo plano en tu vida. Será así, no me mires con esa cara.

- No sé como puedes decir eso.

Se empezó a reír.

- A mí no me hace gracia.

- Lo sé, pero es la verdad. Te conozco mejor de lo que te conoces a ti misma, y, aunque lo niegues, aún sigues esperando que ese príncipe azul, o verde, o quizás morado, aparezca y te salve de ti misma.

- ¿Y si eres tú?

- Oh, no. Yo soy digamos, tu ángel de la guarda. Sí, quizás ese sea un buen término, aunque oficialmente, si lo soy, no debería estar en tu cama por las noches, y sabes, que en el momento en el que quieras que deje de verte, lo haré.

- Eres odioso, pero tienes razón..

Se me había acabado el cigarro, y el sol se había terminado de hundir entre los edificios. Le miré, y, sin decirnos ni una palabra, mi camiseta descolorida volvió a caer al suelo, una vez más ...