viernes, 8 de julio de 2011

Amargo.


Y otra vez la misma habitación.
La misma cama por hacer y la misma pared con fotos que se caen.
Los mismos recuerdos que retumban en los rincones.
Y la misma sensación que le impide huir.
La bombilla, solitaria, parpadea intentando contener su ultimo aliento mientas ella está tumbada en el suelo, con los pies en la pared.

Está de espaldas a la ventana y parece que las vetas de la madera fluyen hasta encontrarse con las ideas que se le amontonan en la cabeza.

El teléfono, silencioso, está tirado por algún rincón, probablemente entre las cervezas vacías.
Colgados del sofá, unos vaqueros.

La luz que entra por las rendijas de la persiana le molesta en los ojos, y en su boca se junta el gusto de la resaca con el sabor amargo de la derrota.
En el calendario hay tachados tres días, y, en la mini cadena empieza a sonar de nuevo la misma canción.
Si no fuera por el tic tac del reloj de la pared, diría que el tiempo se ha parado.

Sin embargo, el ruido de los coches es incontenible.

Ella misma se ha encerrado en una cárcel sin barrotes.

El teléfono comienza a sonar, y se arrastra a por él, dejándose caer luego contra la pared.
Mira quien llama y lo vuelve a dejar caer al suelo.

Reúne fuerzas para levantarse y va a por otra cerveza. Ha perdido la cuenta de las que lleva hoy.

En la cocina, el neón hace que todo sea demasiado reluciente. Era pequeña, pero para un alma solitaria como ella, era demasiado grande.
Se sentó en la encimera, con los pies colgando.

La nevera hacía ruido, y del grifo caían gotas que retumbaban como cañonazos en la habitación.
Las paredes se le caían encima también allí.

De repente, la bola de pelo apareció por la cocina. Se acercó lentamente y en sus ojos se vio reflejada tal y como estaba en ese momento.

Cansada, derrumbada, furiosa.

Con un suspiro se levantó de un salto y se dirigió al baño.
Se quitó la camiseta raída y se metió en la ducha, donde quizá el agua consiguiera sacarla de su cárcel invisible.

Un chorro de agua fría le cayó encima, y, sin previo aviso, empezó a llorar.

Se dejó caer, y, abrazada a sus rodillas, dejó que las lágrimas borraran los efectos del pasado.
Casi lo consigue.
Cuando él la encontró seguía allí, temblando y empapada.

Esta vez la batalla había podido con los prisioneros de guerra.


Your name, your face, it’s all you have left now.

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