domingo, 13 de noviembre de 2011

Cuadernos negros, crema de manos y gelocatiles.



Me produce mucha curiosidad la gente que se dedica a disecar promesas y a esquivar preguntas directas. 
Es algo raro, como el escalofrío en la espalda que me producen las incógnitas. 

Me acabo de asomar a la ventana y me he cruzado con las huellas de la última vez que me apoyé en el cristal para ver pasar a los recuerdos. Sí, miralas, ahí siguen, ahora hacen contraste con la luz de la tercera farola de la calle, la que me saluda cada noche y me cuenta si llueve o no. 
Hice lo que prometí antes, colocar la leonera, y parece que al menos tengo un poco de espacio más donde respirar,  ahora tengo el suficiente como para inhalar hondo y refugiarme en el sillón reclinable envuelta en una manta. La cámara me vigila desde una esquina de la mesa, justo detrás del cactus, para que no se me escape ningún suspiro. 

La pandilla de Quique Gonzalez, Ismael Serrano y Marwan me están dando una dosis en vena de cantautores por los cascos que me está dejando de vuelta y media. 
Creo que a veces tengo tendencias de autotortura, pero es que no puedo evitar sonreír ante un "Es personal, una puerta inaccesible, es personal, personal e intransferible." que me infla la espina dorsal de recuerdos y me da un pedacito del pastel de nostalgia que me pide el cuerpo a estas horas. 

Creo que voy a oficializar el pijama como uniforme de domingo, con calcetines gordos de colores - para que al menos tenga color algo en el día - y un tazón de café como Polo Norte en mi habitación. 

Antes estuve pensando en la chica de la camiseta descolorida, y en sus noches de resaca. Y lo he asociado con las luces en movimiento del viernes por la noche - liada de las grandes - de la que saqué unos cuantos rasguños en el punto G de la nostalgia, que tengo intención de curar con unas latas de cerveza y una tarde de tirarme al Sol de invierno a ver pasar el tiempo delante de mis narices sin intentar detenerlo. No necesito llorar para desahogarme, necesito que mi cabeza deje de bombardearse a sí misma con aluviones de ideas para dormir tranquila,  y que las cortinas de humo que se me forman como analgesia al corazón desaparezcan. 

"Pero ella querrá algo más, y yo nunca supe dar promesas, que no hay un corazón que sepa andar cuando le golpea la exigencia. Pero ella querrá algo más, algo que durará para siempre, no sé si podré dar algo más, que un amor eterno de tres meses."  ¿Ves? Este tipo de frases. 

Pero de momento no voy a huir, entre otras cosas, por que solo huye quien tiene un sitio donde ir, y por que, según un blog que leí hace poco, "Huir significa ir a buscarte." 

Necesito que las luces de invierno hagan un pacto con mis tazas de café, y consiga un poco de silencio para poder terminar de estar de una vez, por que ya no me reconozco ni metida en mis botas negras. Debe ser esto de hacerse mayor, y de darse por vencido. Igual, o no. 

Igual lo que hago es esconderme dentro del abrigo homeless y dejar que pase el invierno sin moverme del sitio, si me siento contra la pared los problemas pasarán tan deprisa que no se darán cuenta de que estoy ahí.

Y me ha dado por buscar entre mis papeles por una anotación que creía que había perdido, pero he re-encontrado. 

"You said try and lose.
Everything you've known.
Everything you've seen.
Everything you've loved.
Everything you've been.
Everywhere you've walked.
Every song you sing, 
and every time you wake..
It haunts you once again." 


Me voy a tomar por culo. Digo, voy a cambiar de lista de reproducción y a por otra taza de café. Arrivederci. 



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